miércoles, noviembre 30, 2005

El entorno más culto del mundo


Bruno Marcos

Hoy estaban estudiando a Bécquer y eran una imagen extraña y hermosa. Verles con sus chándales multicolores, sus caras de sueño y sus peinados neopunk, pensando en Bécquer hacía creer que tenían algo de clásicos. Recitaban, con torpeza, los poemas del enamorado un poco tonto, altivo ante los desplantes de esas extrañas damas de antaño.
Les he dejado la hora entera para que lo repasasen sin dejar de caer en mi empalagosa superioridad de profesor, por un momento, explicando a Bécquer aunque no sea de mi disciplina. Luego me he inhibido en mis recuerdos. Con cuánta pasión leí yo a su edad esos poemas, que sin querer, me salen, ante ellos, de memoria. Ahora me dan igual, realmente son como el amor. Sólo rescataría su nostalgia que no es audible para ellos. Hacen bien, esperan la experiencia, no como nosotros, nostálgicos de lo que aún no habíamos vivido, seguramente expresábamos una carencia del presente.
Luego entré de improviso en la biblioteca y los encontré callados mientras veían una película histórica de Alejandro Magno. Realmente hay días que podría pensar que se trata del entorno más encantador del mundo. ¿Para qué la vida cultural?¿Las presentaciones de libros?¿Las inauguraciones de exposiciones?¿Las conferencias?¿Los recitales?¿Qué más culto que esto, donde, desde las ocho y media de la mañana, la cultura rezuma por doquier?
¿Cómo aceptará su cerebro, aún moldeable, estas inmersiones en la historia de la cultura?
Siendo esta, como es, un poco absurda, un poco loca, no es de extrañar que, algunas veces, a ellos se les crucen los cables.

lunes, noviembre 28, 2005

Un demonio que está soñando



Bruno Marcos

And his eyes have all the seeming of a demon's that is dreaming

Edgard Allan Poe

Lo más fascinante para mí del poema de Edgard Allan Poe no es, precisamente, su tétrica angustia romántica que preconiza un existencialismo radical y la actual amnesia o ingravidez postmetafísica, sino que ese cuervo que repite nevermore, en un momento dado, es descrito como un demonio que esté soñando.
¿Por qué, a santo de qué el obcecado y fantasmal cuervo, el emisario de la verdad terrible de la muerte, del imposible abrazo con la amada difunta se pone a soñar también?¿Con qué sueña?¿Con cadalsos?¿Con infiernos?¿Con la nada?
¿Tal vez se evade de la propia verdad que porta?¿Qué quiere decir el vate?¿Es sueño, para Poe, también la muerte?¿De pura crueldad se vuelve irreal también la nada?
Tal vez le sirvió al poeta de inspiración lo que cuentan sobre que, en la antigua Roma, existía un hombre encargado de repetir al oído de los césares: “recuerda que eres mortal”.

Quien escribe este blog no sería, pues, el héroe romántico del yo del poema sino, más bien, el cuervo.

Pero el escribiente, en su calidad de fatalidad, aparece poseído también de un sueño. Sea un demonio que sueña devolver al presente una intensidad que pueda enmudecer al cuervo.

sábado, noviembre 26, 2005

A FAVOR DE BORIS



Bruno Marcos

Llevaba no sé cuantos años al servicio de la estulticia nocturna, degenerativa y cínica, y, por fin, se le ve como es. Ahora sí se desnuda, en medio del día, en medio del mundo completo, aunque se lo prohíban con constantes avisos de que no se baje más los pantalones.

Estaba confinado en las galeras de la noche carcunda, obligado a mostrar el gesto descontextualizado, fuera de la tradición de la que proviene su aristocrático distanciamiento, su filtro, su alejamiento de lo real.
Lo repudia la masa a ratos, los comentaristas televisivos, incluso los -como él- homosexuales, porque quien debería reivindicarlo son los poetas.
Lo que él llama glamour es el distanciamiento artístico. Aunque los demás le veamos sumergirse en todos los fangos él los sueña de oro. Encuentra fascinante a un obrero y a una reina porque aplica el artificio cultural a la percepción; su cerebro rastrea toda referencia del discurso –novela, televisión, cine, literatura- y todo lo hace fascinante porque todo podría, en manos del poeta, ser trascendido a la singularidad de lo significante.

Se toma el grandísimo trabajo de comunicar ese entusiasmo, esa lindeza de filtro para suavizar y divinizar lo real, para maquillar la putrefacción que habita en cada cosa que muestra y la vuelve arte, desplegando esa espontaneidad de lo bello eterno, -decadente, dandy, ingenio, brillo, Wilde- lo sublime.

Acaso sólo le falte un último gesto para coronar su carrera, ese, más nuestro y tan flamenco, del desplante: dar la espalda al público y desaparecer.

jueves, noviembre 24, 2005

ADOLESCENTES















Bruno Marcos

La relación con mis alumnos se basa únicamente en el humor. Desechado el intercambio intelectual sólo nos queda ese vínculo. Ambos compartimos un entorno aparente en el que yo cumplo con la programación y ellos ejecutan, mal que bien, sus tareas. En el fondo algo muy aséptico, muy profesional por ambas partes.
No obstante yo represento varios papeles adicionales, de mi invención, por capricho. Al que te confiere el estatus de docente añado otros no del todo extemporáneos: Persona enfadada, amante del saber, devoto de la pedagogía, guardián, policía, justiciero, o.n.g. ambulante, confesor, psicoanalista, hermano mayor, padre sustituto, indiferente, consejero de salud, fan cultural, fan de sus esfuerzos, fan de mí mismo, fan de sus hazañas, exjuerguista, exadolescente, etc.
Sin embargo, el fin del humor para mí y para ellos no es el mismo. A mí me sirve para cuestionar ese entorno, para salvarme de la rutina deshumanizada y de su pasión por la estupidez; pero ellos lo usan para reafirmarse en su estado semisalvaje. Hace falta poco para que sean felices, tan sólo con curvar la comisura de los labios ante alguna de sus barbaridades se tiran por los suelos. Diríamos que yo estoy dispuesto a reírme de mí hasta cierto punto y ellos -carcajeándose de lo mismo- no.
Lo que ocurre no es que los adolescentes sean graciosos y los adultos no sino que los adolescentes son los adultos aburridos de pequeños.

Esta semana salían en un telediario dos profesores de matemáticas. Aparecían sobrexcitados por haber logrado un alto número de aprobados mediante la puesta en práctica de un sistema teatralizado en el que se colgaban carteles indicativos de su personajes, uno era la x otro el signo de multiplicar, etc. Acababan con un plano de uno de ellos gritando a cuatro patas sobre la mesa del profesor. Sin comentarios.
Entretanto unos legislan y otros deslegislan en las calles sin preguntar a los profesores, cuando quieran hacerlo habrán de buscarlos en el loquero.
Viene a visitarme A. y le cuento algunas conversaciones hilarantes con ellos y, jocosamente, me acusa de castigarles en lo afectivo. Le doy la razón y me río, pero no dejo de darle vueltas; sólo le dije que, cuando alguno se ponía pesado, no le hablaba durante dos o tres días. A mí me parecía un castigo suave pero, pensado así y, a sabiendas de lo necesitados que están de atención, me parece ahora muy duro.
El otro día entró una alumna en el aula con un ataque de histeria por un altercado insignificante y le propuse lo siguiente: “Si ahora tuvieses aquí un botón que, pulsándolo, destruyera el mundo ¿lo apretarías?" Me contestó: “Por supuesto”.

martes, noviembre 22, 2005

The Adaption to my Generation







Bruno Marcos

Otra cosa irritante relativa a las generaciones es que, últimamente, se ha fabricado la idea de que los individuos tienen que parecerse a su generación en lugar de que las características de los individuos la formen.
Jonathan Keller titula su web The adaption to my generation y, realmente, la ironía del título debe ser la única cosa inteligente del proyecto. Lo que Keller nos muestra es un masoquista ejercicio de purificación en el que pasa del anonimato mundial a la inexpresividad más inmensa, como si pertenecer a su generación fuera trascender a la fama planetaria de las cosas sin alma. Él lleva desde 1998 retratándose a diario y colocando esa foto en internet. El proyecto se llama
Daily photo project
Dice: “Acababa de comprar una cámara digital. Era bastante cara. Michelle, mi novia, me preguntó por qué la había comprado y qué iba a hacer con ella. Le expliqué. Ella me preguntó si iba a usarla cada día con tono sarcástico y le dije sí, resuelto a hacerlo. Ahí empezó el proyecto”. Enseguida desmiente la broma –cosa que no creemos- y cuenta que originariamente pensó este proyecto focalizando las diferencias que uno puede ver en sí mismo, día a día. Cuenta: “El proyecto creció y creció. Empecé a notar los cambios a largo plazo paralelos a los de corto. Estos cambios serán mayores y mayores cuando el proyecto tenga 20 o 30 años más. Estoy mirando hacia el fin. Hay días en que es más difícil tomar la foto, pero siempre quiero hacerlo. Pienso seguir toda mi vida.”
Algunos visitantes de su web le dicen cosas como que en algunas fotos, algunos días, se parece a Richard Gere y, otros veces, a Depardieu. Otros, más incisivos, le preguntan si se ha inspirado en el personaje de Harvey Kietel en Smoke que, desde su estanco, hacía algo parecido. Él, casi tan indolente como en sus más de dos mil fotografías, contesta algo así como que vio la película hace poco y la vería miles de veces. Está obsesionado con la cantidad.
El autorretratista infinito ha logrado reconocimiento mundial gracias a la cadena de televisión japonesa que lo presentó en uno de sus programas. Allí comentó: “No miro fotologs. La gente me envía links, miro algunos, pero a otros no les presto atención. Me aburro con las fotos que son usualmente sólo diversión de la persona que las toma o la gente que está en ellas. No quisiera considerar mi proyecto como cualquier otro fotolog”.
No sabemos el fin de esa obsesión sistemática. No sabemos si es un tarado persistente o es un fashion victim de alguna política museográfica que manará en forma de beca a un work in progress cualquiera; o si, más osado, intenta penetrar en el olimpo del hit parade de los mass media globales. Lo cierto es que no ceja en su despliegue antinarciso, donde más que fijar el paso del tiempo -coartada clásica- este individuo pretende espesarlo, adensarlo, en una agobiante asechanza a la economía de la imagen. Su escuálida argumentación conceptual es lo que le hace más peligroso. Podríamos decir que aquí se desarticula la magia de la sobrexposición en su inutilidad, su improductividad. Ese retrato neutro que lo conduce a un éxtasis nihilista despoja al retrato de la capacidad para comunicar personalidad o estado de ánimo.
Lo realmente excepcional es no haber cambiado nada en siete años, ser tan igual a sí mismo. Horrible.

lunes, noviembre 21, 2005

LA POSTHISTORIA




















Bruno Marcos

Recibo un e-mail que invita a matricularse en un curso titulado : “Crítica de arte y esfera pública en un contexto “poshistórico” y global”. Por si no estuviera claro un texto acompaña al breve título, versa: “A partir de la década de los 60, la crítica de arte asumió un compromiso moral con el artista, entendiendo el arte desde la utopía de la esfera pública ideal, que dio como resultado una mirada y un trabajo compartidos por el artista y el comisario. La evolución de la figura de este último en el contexto de la nueva cultura del marketing y la necesidad de alimentar continuamente los medios de comunicación con novedades revestidas, aparentemente, de discurso, propiciaron un crecimiento desmesurado de la figura omnipresente del comisario y dejaron a un lado el discurso teórico y la investigación de la crítica de arte, a menudo excesivamente incómodas para una institución artística que se atribuye todo derecho de intervención en la esfera pública, utilizando al resto de estamentos para ello.(...) En este mismo paisaje, se plantean asimismo la incorporación y el despertar de los críticos de arte orientales en el panorama global del arte, como nuevos interlocutores de esta situación.”
No lo discuto, pero ¿por qué criticar al arte si estamos, globalmente, fuera de la historia, después de ella? ¿No es lo lógico que después de la historia todo lo que pase será inércico o intrascendente –sin evolución- y, por lo tanto, cosa de comisariopublicistas?
Y lo más enigmático... la presencia de los chinos... como si estos fueran ahora los culpables de que se acabase la historia... quieren despertarlos...
Si el final de la historia era algo así como la evidencia, una vez caído el comunismo, de que toda dialéctica histórica finalizaba en el mejor de los mundos posibles: el paradigma norteamericano; ¿por qué tienen que ser ahora los chinos los concitados a hablar de cómo se montan exposiciones en la era posthistórica? En todo caso, con su comunismo aún latente aunque en proceso de travestismo compulsivo, deberían ser tomados como los menos posthistóricos del mundo todavía dormitando en la ilusión.
Bueno, lo cierto es que no en vano el eslogan "el final de la historia" surgió de un cerebro asioanorteamericano, Francis Fukuyama.
Tal vez lo que quieren criticar más que el arte sea esa precisa salida de la historia. Entonces el título debería haber sido otro: “Cómo devolvernos a la historia”.

domingo, noviembre 20, 2005

Woody Allen: ¿Una tragedia clásica al revés?













Bruno Marcos

¿Pero qué pretende ahora Woody Allen?¿Una tragedia clásica al revés?¿Una tragedia sin catarsis?
El arribista personaje que protagoniza el nuevo film del neoyorquino aparece, en los primeros planos, leyendo, en la soledad de su apartamento londinense, a Dostoievsky –tal vez Crimen y castigo-; apenas unos segundos y arroja el libro para coger otro.
Al final de la película, cuando el obsesivo amante se ha convertido en criminal, de una forma extraña surge en la pantalla una escena fantasmal en la que las dos asesinadas se aparecen a su ejecutor. Una de ellas invoca su naturaleza de inocente a lo cual él homicida le responde con que era algo así como un daño colateral: “un pequeño número de inocentes –argumenta- deben ser sacrificados para que se establezca un orden mayor”. Luego, le pregunta si en ese sacrificio debía entrar su propio hijo albergado en la otra, él, entonces, cita a Sófocles en lugar de a Dostoievsky diciendo que evitar que alguien no nazca puede ser hacerle un favor.
Todo ello viene hilvanado por le idea de la suerte, esa pelota que toca en la red y que, dependiendo de la parte del campo a la que caiga, determina la victoria o la derrota.
Tanto la inesperada escena fantasmal como la teoría del azar me recuerdan en algo a Paul Auster y sus denodados intentos por recobrar el sentido de un mundo sin lógica.
Pero hay algo peculiar, en el caso de Match point los dioses no castigan al protagonista como a Edipo en la obra Sofoclea, al contrario repaganizados bajo la forma de la Suerte son favorables a su iniquidad hasta el punto de que sus designios tomen el caprichoso aspecto del azar.
¿Nos ha hurtado Woody el mensaje moral?

sábado, noviembre 19, 2005

Kurt Cobain que estás en los cielos...




















Bruno Marcos

Ayer he preguntado a mis alumnos –generación logse- si conocían a Nirvana y me han mirado con desprecio. Apenas hace -¿cuánto?- seis o siete años y Kurt Cobain ya se ha ido al limbo, con las cosas que no han existido.
Todo el starsystem utiliza lo histórico, invoca su valor legitimante para asentarse en lo pasajero. Sólo cuentan los vivos, los que son capaces de producir cualquier cosa que –milagro- se pueda transmutar en dinero.
Sin embargo, ellos, los otros -mis alumnos- viven su presente como si fuera nuevo y único y para siempre –como todos-. Pero con tanta pasión veneran lo casual como con indeferencia olvidan lo que idolatraron ayer. Tal vez se sienten perfectamente pasajeros.
Si el eterno retorno de Nietzsche significa vivir tan intensamente que desearíamos volver a vivir, seguramente, toda la necedad ahistórica que padecemos sea totalmente nietzscheana. Lo malo es que este ciego carpe diem no tiene otros visos que los de la narcosis, cumplir un plan existencial al estilo de la película Mátrix (que ellos dicen detestar porque, aunque tiene acción, no se entiende). Pero, ¿a quién puede interesar nuestra energía, nuestra reproducción ad infinitum? En estas condiciones vivir con pasión se vuelve deleznable.

viernes, noviembre 18, 2005

EL ESTATUT España año 2100

















Bruno Marcos

¿Nadie se habrá parado a pensar que los catalanes, secretamente, no quieran separarse de España sino dominarla?
En todo caso, si se segregasen, sería para, luego, inmediatamente, invadirnos.
Dicen que su nacionalismo no es como el vasco -tan abrupto-, que no son violentos, que es que van a su aire dentro de España. Pero yo creo que su obsesión es España, íntimamente se consideran más capacitados para dirigir el país que la obsoleta Castilla. ...Castilla... a fuerza de construir la idea de España con Castilla nos hemos quedado sin ella, no hemos podido pensar lo que es: ...álamos dorados, castillos, el Mío Cid... ¿a quién le importa?
Lo más curioso es cómo toda la operación nacionalista -en sus orígenes tan paleta- se convirtió en algo con sex-appeal. Hoy, sin embargo, aburre. Sirve, ocasionalmente, para soltar algo de energía sobrante –apenas nada, trabajar y consumir se la llevan toda-.
El deporte de la periferia durante veinticinco años ha sido España, sólo ellos traen a colación su nombre. Ahora sueñan con un acelerador histórico.
Ortega y Gasset decía que el nacionalismo era una invención de unos señores, pero acaso ¿no es todo una invención?

Como en Underground, la película de Kusturica, cualquier día se desprenderá un trozo de tierra y empezará a alejarse en el mar. Entonces, como en los actores de Kusturica, una mirada helada y nostálgica se verá alejarse sobre el terruño navegante con los que, sobre él, queden.

jueves, noviembre 17, 2005

SAN JODOROWSKY SANADOR













Bruno Marcos

Seguramente el error sea sacar a Jodorowsky de la seminvisibilidad. En petit comité, a altas horas, secretamente, seduce.
Por hacer caja –supongo- recibe a la multitud; pero la multitud va más allá que él. Su combinación de humor, vanguardia y psicoanálisis se queda corta frente a quien le pregunta por qué hay tantos huracanes y terremotos últimamente.
Entra sonriendo, esparciendo su buen karma, cuenta que pasó de la ansiedad a levitar en sí mismo sin sí mismo. Pero a la gente no le importa, desean ovacionarlo, tocarlo, sanarse. Todos se sienten enfermos y quieren –exigen- ser curados aunque no sepan para qué. Con verdadera acritud se reivindican como enfermos sociales en una suerte de espasmo narcisista. En el fondo, el psicoanálisis es eso: inventarse a uno mismo en una narración justificativa y automitificadora con falso aspecto de diálogo.
Una mujer se levanta. Por dificultades acústicas repite –con tono de reproche- que lleva tres años intentando ponerse en contacto con el mago. Dice que toma pastillas y que no soporta el ruido. Jodo la interroga dulcemente y, al final, se descubre que el ruido que más la molesta es uno que no existe, es decir el silencio. Nadie lo explica, se deduce que lo que teme es oír algo –voces- cuando sólo hay silencio, que a lo que tiene pánico es a estar loca. Con una veleidad la cura. Magistral: ... que se meta en su dormitorio con diez amigos que empiecen a hacer ruidos desproporcionados. No era necesario que lo dijera, se entendía, quedaba en el aire: la locura es real... estás loca... admítelo...
Aunque sólo esboce algunos rudimentos que cualquier hindú de a pie maneja no es desdeñable su ascendiente, que sea recibido como un Jesucristo* pues ante él se aparece, nada más y nada menos que el inconsciente colectivo.

*El poder de la sugestión es bien conocido, no en vano cuentan que los paralíticos curados por Jesucristo, pocos minutos después de abandonar este la escena, se desplomaban en el suelo, y que los ciegos sanados perdían la vista, otra vez, inmediatamente.

martes, noviembre 15, 2005

Confesiones en la pista de baile



Bruno Marcos

Sin aviso previo aparece en la pantalla. Bajo unas medias negruzcamente traslúcidas un cuerpo se retuerce, avanza unos pasos hacia un lado y, luego, hacia el otro. Jóvenes con ropas anchas y viseras saltan por rincones de un ciudad un tanto estropeada, un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera. Algunos de los chicos -ágiles como un postmoderno corzo herido- trepan por fachadas, por esquinas; más tarde, desde un piso, se tiran al suelo y salen intactos.
No damos crédito, es Madonna. Cuando nosotros, los treintañeros, ya empezamos a acusar síntomas de esclerosis, cansados de ser jóvenes, va y sale ella -46 años-; como una anguila serpentea por la pantalla con un cuerpo que no es ni joven ni de 46 años.
Dice la prensa “Lleva más de veinte años reinventándose”; pero qué significa eso, “reinventarse” durante veinte años... “Inventar” sí sabemos lo que es pero, ¿”reinventar”?. Será algo así como un imposible pues lo que se inventa es, precisamente, aquello que no se ha inventado antes. Quizá se quiere decir que finge ser nueva siendo lo mismo. Podríase decir, entonces, que Madonna lleva veinte años copiándose a sí misma y disfrazando esta copia del vitalismo que tienen las cosas nuevas.
Lo cierto es que esta cotidiana falsificación del lenguaje es parte de toda la operación que no sólo persigue que hablemos con eslóganes sino que pensemos también con ellos. Madonna no nos ahorra la escabrosa sensación de recordar los 80,
todos los mitos de esa época parece que quieren perpetuarse hasta el rigor mortis[1], no porque amen su profesión -bailar, cantar o lo que sea que hacen-, sino por la fama. Dice la estrella: “no seré seguramente la que mejor baila del mundo ni la que mejor canta... ” como en un desbordante acto de cínica autorreflexión sobre lo enigmático de su éxito.
Resulta bastante cómico imaginarse a esos ejecutivos norteamericanos pensando duramente en cómo reinventar a Madonna. Se han complicado bastante las cosas a la vista de que la perdurabilidad de lo pasajero tiene, en otras estrellas pasajeras, fuerte competencia. Antes sólo necesitaba Madonna eslóganes como: “Holiday” , “Lucky star”, “Like a Virgin”, “Sex” o cosas así; “Confessions on a dance floor” y “Reinvention Tour” son pura retórica postestructuralista comparados con lo anterior.
Por si fuera poco dice que en este single rinde un homenaje a Abba utilizando el “Gimme Gimme Gime” como base para la canción. Tanta reinvención nos puede dejar exhaustos.

El disco sale a la venta este martes, pero dos tiendas, la FNAC en Madrid y Discos Castelló de Barcelona, abrirán sus puertas el lunes a las doce de la noche para que los más impacientes puedan adquirirlo antes que nadie, incluso desde este fin de semana se puede comprar en internet.

Ni Madonna ni los ejecutivos de su discográfica se dan cuenta de que su esfuerzo por prevalecer no les va a dar más mitificación sino una decadencia grotesca. Lo que, en su día, cosecharon fueron los réditos de una época de ansiedad donde todo nos daba igual y sólo esperábamos entrar en la fiesta a cualquier precio, donde quisiera que estuviera.


[1] A este respecto el videoclip Thriller de Michael Jackson sería una predicción de lo que nos esperaba con todos los componentes de esa generación que, presos de la legitimación del futuro en lo joven, como cualquier Dorian Gray, pretenden seguir bailando desmembrados, corruptos, después de muertos, hasta siempre.

Paso a Aristófanes









Bruno Marcos

Es un tema recurrente, en estas postrimerías de la modernidad, el hecho de que la industria cultural se está igualando a la cultura. El uso de esa extraña ecuación va devorando la literatura, el cine y, en general, todas las artes, hasta el punto en que la sensación global es de que sólo circulan productos para el entretenimiento.
Tanto las grandes editoriales como las productoras de cine, o el mercado del arte, están dedicando en esta empresa la mayoría de sus energías. Incluso la política cultural copia sus comportamientos de las derivas mercantiles. No son pocos los museos públicos que expresan su deseo de funcionar como galerías, promocionando lo que se produce en el ámbito privado y dando, de paso, cabida al diseño, a la moda textil o a la música pop. Si observamos el panorama parece imposible alejarse de la progresiva equiparación de la producción cultural con los bienes de consumo y su consiguiente trivialización.
La polémica se ha levantado recientemente porque, en una conferencia de prensa, previa a la concesión del premio Planeta, un periodista requirió al jurado la opinión sobre el nivel de calidad de las novelas presentadas. Juan Marsé respondió: "Mi opinión personal es que el nivel es bajo y en algunos tramos subterráneo. Alguna novela promete, apunta alto en sus planteamientos, pero se acaba frustrando. El premio no puede quedar desierto, así que nos vemos obligados a votar la menos mala".
Lo que quizá sorprenda es recordar que el tema no es nada nuevo. En una de las estampas socráticas, escritas por Platón, podemos leer cómo, este, le pide opinión a Eurípides sobre una tragedia escrita por él y, el viejo dramaturgo, le contesta hablándole de su experiencia como escritor : “...no iba, como el otro, a divertir simplemente al pueblo, sino a hacerle pensar, y este ha sido mi fracaso (...) joven amigo, si tu vocación hacia la poesía es verdadera, con mi consejo y sin él has de meterte por su incierto camino; pero lo que si te digo es que este camino tiene tres sendas bien definidas: la honrada, la que deleitando trata de instruir, la que quiere y procura innovar, senda difícil y donde lo menos que suele cosecharse es la incomprensión y el desdén; la opuesta, la que tan sólo busca el medro y el aplauso, cosas ambas que no dejan de conseguirse poseyendo ese talento que no le niego a Aristófanes de ver el punto flaco y ridículo de las cosas y agigantarlo para que puedan también verlo y solazarse con él los miopes (ciegos) de la inteligencia, como suelen ser la casi totalidad de los hombres, y aun una tercera, que consiste en alabar lo tenido por santo y bueno, que siempre suele encontrar eco, siquiera por el bien parecer, aun entre quienes no creen en ello ni suelen practicarlo. Se puede ser un mediocre, un bufón o un poeta honrado: escoge, pero no olvides que en este último caso las mejores satisfacciones de tu obra habrás de encontrarlas en ella misma y en ti mismo.”
Más adelante Sócrates comenta, despectivamente, que el teatro de Aristófanes gusta a “esa numerosa falange de hombres incultos que suelen decir que no gustan de ir al teatro a pensar, cual si ni en el teatro ni fuera de él fuesen capaces de cosa tan desusada en ellos?” Sin embargo, después, concluye exonerando de culpa al público; pregunta: “¿Cómo habría de prohibirlo sin educarles antes, ni cómo hacerles aborrecer a Aristófanes sin ponerles en condiciones de gustar y comprender a Eurípides?”
Poco hay que añadir a lo leído; procede darnos cuenta de lo ingenuo que es nuestro nuevo rubor ante el eclipse al que la baja cultura somete a la alta. Aún no hemos conseguido desligar cultura y entretenimiento, seguramente, porque ambos se nutren mutuamente, intercambiando prestigio por renta económica y viceversa. En esta postmoderna versión de la democracia en la que vivimos, igual que antes, la balanza de la oferta y la demanda es la que traslada la opinión de la mayoría sobre qué formas artísticas son merecedoras de atención. ¿Pero, qué hacer?¿Si esto ya ocurría entre los antiguos griegos cómo combatirlo ahora?¿Acaso no estará la historia plagada de genios -cuya contribución a los saberes de los hombres era fundamental- sepultados en la sombra por los destellos de los idiotas?¿Se hallarán, en la actualidad, no ya abocados a la oscuridad los verdaderos sabios sino a no nacer?¿Se estarán abortando todas las circunstancias necesarias para que exista un contexto propicio para que estos aparezcan?¿Hoy, más que antes, se hallará en peligro de extinción el verdadero creador? Dice Sócrates: “Claro que lo malo es que Eurípides nacerán de tarde en tarde y Aristófanes habrá en todo tiempo”. Puede consolarnos lo que dice el viejo Eurípides, desde su frustración, al joven Platón: “...si naciste para escribir, escribirás aunque te escondan las tabletas y el grafeión en las entrañas de la tierra...”
Párrafos más adelante Platón, Sócrates y Eurípides son empujados por el populacho. Aparece una magnífica carroza que avanza lentamente. Palafreneros lujosamente ataviados y uno, a la cabeza del séquito, grita: “¡Paso a mi señor el poeta Aristófanes!”. Hermipo, el carnicero, corre hacia el carruaje para saludar al popular autor.




viernes, noviembre 11, 2005

LA EDAD DE ORO Los niños de la transición














Bruno Marcos

“Lo bello está constituido por un elemento eterno, invariable, cuya cantidad resulta harto difícil de determinar, y por un elemento relativo, circunstancial, que será, si se quiere, cada vez o en conjunto, la época, la moda, la moral y la pasión.”(1)

Charles Baudelaire


Los estudios generacionales han sido, en los últimos años, denostados y con razón. En casi todos los casos, en las artes o las letras, desde finales del siglo XIX, han servido como plataforma de lanzamientos que, rentabilizando esquemas historiográficos, acabaron por acaparar la atención e instalarse en el anaquel de la historia historicista.
En la actualidad no se puede hablar de generaciones sin entrar de lleno en la lógica de la exclusión y en las ingenierías del éxito y, por consiguiente, sin ser objeto de críticas evidentes. De manera que, como sustituto del patrón generacional, la industria cultural ha extendido una especie de confusión generalizada, un totum rovolutum donde aparecen y desaparecen cualesquiera manifestaciones de un nuevo género denominado arte joven.
Nadie quiere parecer ya un tonto entusiasmado con la posibilidad de que un mismo tiempo y un mismo lugar -en esta globalización que disfrutamos- puedan ser las claves de la realidad que padecemos. Es peligroso poner en función un pensamiento histórico cuando lo que se espera es ordeñar la ensoñación de un futuro presente que nunca llegará y que, además, no importa.
Pero lo cierto es que este tiempo y este sitio que hemos vivido han propiciado determinados estados de la sensibilidad, estados expresivos, que han puesto en juego sus propios sustitutos de lo bello.
En la reciente reposición del mítico espacio televisivo La Edad de Oro se puede asistir a uno de los últimos y más vehementes intentos de poner en marcha el mecanismo generacional.
Entre el acné y la afectación van apareciendo personajes que no intentan disimular parecer desorientados, incompetentes, incluso rematadamente estúpidos. Por momentos, los más locuaces, como Santiago Auserón o Almodóvar, llegan a parecer altisonantes, fuera de lugar. Vemos más interesantes a los más perezosos, los más raros, los desconocidos, aquellos de los que no se supo más.
Tal vez todo el país estuviera esperando ser redimido por los jóvenes, aunque estos fueran imbéciles, o precisamente por eso. Puede ser que todo el mundo creyese que la estupidez les salvaría del discurso, de los recitadores del discurso que habían estado cuarenta años siendo locuaces.
Paloma Chamorro inicia el primer programa refiriéndose a algo ya pasado, algo histórico: ¿Qué fue –pregunta- Kaka de Luxe? El programa más vanguardista del momento empezaba con algo que ya era un pasado. La compulsión automitificadora rezumaba en el plató desnudo y negro como si todo aquello se hubiera fraguado en el aula de literatura de un instituto cercano.
Los personajes indolentes, responden con desgana a las preguntas de la presentadora, reconocen no saber por qué hacen lo que hacen, aseguran no saber música ni cantar, militan en un grupo cuatro meses y pasan a la historia. Un crítico musical justifica, dice que cree en unos que cantan repetidamente: “...opera tu fimosis, opera tu fimosis...” porque han escogido el camino del mal y todo es bañado por la aureola del futuro, como si todo eso fuese observado desde ahora, desde esta reposición.
¿Es posible que esos protagonistas de una improvisación general estuvieran traspasados hasta tal punto por un pensamiento histórico? Prueba de ello sería la larga vida de mitos, enquistados en nuestra esfera de lo popular como Alaska, Almodóvar -y su universo-, cuando lo verdaderamente propio, bello, habría sido su decadencia y olvido.
Los que aún éramos unos niños en esa época, 1983-84, no podemos volver a ver esos documentos sin sentir una mezcla de vergüenza y excitación. Sumergidos, a partes iguales, en la expectación ingenua de la utopía cultural y en una colección de traumas heredados, los niños de la transición, vivíamos libres como gitanos.
Gran parte de la energía de la actualidad proviene de esos años de la transición y alimenta, incluso, los productos más comerciales que aprovechan el tirón de las mitologías ocasionales. ¿Pero qué contenía esa energía?: Contenía la fuerza del salto al vacío que situó a nuestro país en el último avatar del pintoresquismo, la movida(
2). Lo que, en otros países, era una reacción contra una sociedad que no ofrecía ninguna esperanza a la juventud, en España, presentaba una deslumbrante contradicción, expresada en la extravagante alianza entre estado y contracultura, el gesto más punki que ha hecho nuestro país, a medio camino entre el ridículo más bochornoso y la genialidad histórica.
La clausura del tiempo de adviento, que supuso el paso de la dictadura a la democracia, exigió una reconversión de los valores urgente. A la tartamudez ingenua de los muchachos de La Edad de Oro se la tragó la estrategia de éxito garantizada por la sobrexposición. La fama enseguida fue la nueva religión, como si su altísima visibilidad banal neutralizara la tensión existencial. De ahí hasta la telebasura, desde ahí hasta el freak y, desde él, hasta el tonto del pueblo, otra vez.
¿Acaso fuimos –seamos-, los niños de la transición, la última generación ingenua, la última generación? Por ahora.




1 Charles Baudelaire, El pintor de la vida moderna, en Obra completa, Espasa, Madrid, 2000, pág. 1371.
2 Lo que hizo singular a la movida, respecto a todos los movimientos de los años 80, fue el respaldo institucional del que disfrutó. Baste recordar que el alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, alumbró la idea de poner despacho a la cantante Alaska.

martes, noviembre 08, 2005

París, los arrabales en llamas.


Bruno Marcos

Primero fueron los ilustrados y una pandemia, a medias utópica y a medias nostálgica, recorrió Francia hasta nuestros días: Rousseau, Voltaire, Montesquieu... luego Baudelaire, Lautréamont, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé… la bohemia al completo recorriendo la espalda de las calles de París, Alfred Jarry, Duchamp, Breton, los existencialistas, los sesentayochistas... y las legiones de vagos camino de ser devorados por el tiempo, a pudrirse en la indolencia; como si vivir pudiera ser permanecer en un estado de ánimo, como si el entusiasmo pudiera ser parte de un programa y no una emergencia sin más, un exabrupto histórico.
En pos de una moratoria los nostálgicos de la nostalgia, los errabundos intelectuales, buscando bajo el asfalto la luna, dieron con las cloacas.
La violencia brota por los arrabales de París, una violencia abstracta, extraña, injustificada. Es la chusma -dice el ciudadano Robespierre- y, efectivamente, eran los que faltaban, los que, de verdad, debían haber protagonizado, en su día, la revolución, la revolución clásica; pero no para tomar el poder sino para mostrar la putrefacción.
Una mujer árabe se queja de la destrucción de su automóvil: “cuesta mucho dinero –dice desorientada- por qué pasa aquí esto, en los países musulmanes esto no ocurre”. 28.000 vehículos incendiados en los diez primeros meses del año y cerca de 17.500 contenedores de basuras quemados desde el 1 de enero. Coches y basura, destruir los coches y la basura, los descamisados van hasta el infinito en el intercambio simbólico: si no hay contenedores para sacar la basura, esta inundará París; si no hay coches nadie podrá entrar ni salir de la periferia; la periferia no será ya más un lugar de tránsito como no lo es para la chusma que no puede salir jamás de ella.
Los arrabales claman por su cota de visibilidad, por su trocito en la verborrea de los mass media. Se quejan no ya de la miseria sino de la ocultación tan severa en la que viven, con una visibilidad escuálida, no redimida ni por la telerrealidad ni por la televisión basura, que acabarán por consumir sólo ellos. Nadie se ha dado cuenta en París que donde se radica la auténtica pobreza el lugar se implanta inalterable. ¿Qué más queremos? Esos son los lugares, los centros psíquicos de determinación que tanto añoramos en el primer mundo, las antípodas del aeropuerto, la autopista, la urbanización o el centro comercial. Esto es lo que buscan los turistas en el tercer mundo.
Los periódicos retransmiten esta extraña declaración: “Los alborotadores, que actúan en pequeños grupos y de forma dispersa, confirmaron anoche su voluntad de destruir no sólo intereses privados sino también –con cierto alivio- símbolos del Estado.”
En Estados Unidos se habla de la ira. De pronto unos jóvenes entran armados en su instituto y disparan indiscriminadamente contra sus compañeros: es la ira. Como un siroco imprevisible se muestra de vez en cuando. Un hombre comete un pequeño delito y huye por una autopista en dirección contraria, un helicóptero lo filma, varios coches salen dando vueltas de campana, y, al final, cuando no puede más, el hombre se rinde: es la ira. ¿Pero qué es esa ira?¿Un odio de ida y vuelta por sufrir al desear penetrar en un mundo al que se desprecia y no conseguirlo?
Alguien dice: “... el Gobierno tiene parte de la culpa, porque "retribuye demasiado bien a quienes no trabajan, tanto que casi no les sale a cuenta trabajar, por eso nacen estas bandas de delincuentes que no tienen nada que hacer". Otra vez los vagos.
La policía republicana declara que los autores no son otros sino delincuentes; ¿acaso cabía la posibilidad de que fueran otra cosa?¿Tal vez la policía republicana sospechaba que se pudiera tratar de otro tipo de individuos, quizá revolucionarios? En París siempre cabe la posibilidad, y, más aún, si pensamos que no tiene ningún fin lucrativo levantar los adoquines de las calles para recibir a pedradas a un ministro. Parece una acción totalmente altruista, desinteresada, incluso en el sentido kantiano del desinterés de las cosas artísticas. ¿Estarán, los alfeñiques de tres al cuarto de los arrabales de París, creando una situación situacionista? ¿Estará la chusma articulando y lanzando una proclama cuyo fin sea darle la vuelta a la esfera pública por tanto tiempo usufructuada por los mercaderes? No lo creo.
Los arrabales lanzan su canto de escoria sin saber que están produciendo imágenes, algo de provecho, por una vez en su vida y sin saberlo.